El equipo de Dani Giménez compitió a ráfagas, aguantó el empuje inicial del Rayo Cantabria, pero dos zarpazos en cinco minutos deshicieron el plan lucense. El cuadro gallego vuelve de vacío, pero no de rodillas.
Un arranque hostil que obligó a remar contracorriente
La Sarriana sabía que La Planchada es de esos escenarios donde los rivales salen con el cuchillo entre los dientes. Y así fue. El Rayo empezó con un ritmo frenético, como si cada balón fuese un match-ball, y los lucenses tuvieron que armarse de paciencia para no conceder espacios en los primeros compases.
El equipo gallego trató de templar el encuentro con posesiones largas, intentando marcar el ritmo y enfriar el ímpetu cántabro. No era fácil: el Rayo empujaba, pero la Sarriana se mantuvo ordenada, cerrando líneas y esperando su momento.
Cuando el equipo se soltó… apareció Pirot y faltó puntería
Superada la media hora, la Sarriana empezó a encontrarse. Dos transiciones rápidas amenazaron a la defensa local, obligando a los cántabros a replegar con prisas. Era el mejor tramo de los de la Ribela, mostrando madurez y calma para salir jugando.
Justo cuando parecía que el partido cambiaba de guion, Baldrich enganchó una volea venenosa que buscaba la escuadra y Pirot sacó una mano salvadora. Ese fue el aviso de que los detalles iban a decidir la tarde. Y al descanso, el empate sabía a oportunidad.
Dos mazazos consecutivos castigan al conjunto gallego
La Sarriana volvió del vestuario con la idea de esperar el error del Rayo para salir al galope, pero la ecuación se complicó rápido. En el 73, un rechace quedó muerto en la frontal y Diego Fuentes fusiló al palo corto. Mazazo.
El segundo golpe fue inmediato: córner, prolongación, y Manu González cabeceando sin oposición. Cinco minutos que tiraron por tierra 70 de consistencia defensiva.
La Sarriana no dejó de intentarlo, pero el partido ya estaba en manos del Rayo
A pesar del golpe emocional, el conjunto gallego quiso reaccionar. Dani Giménez movió banquillo, buscó verticalidad, pero el Rayo se cerró con oficio y apenas dejó espacios. El ritmo del partido se espesó y la Sarriana ya no pudo correr, su mejor arma.
El final dejó un regusto amargo: la sensación de haber competido, de haber tenido opciones, pero de no haber afinado lo suficiente en los detalles que marcan la categoría.
No es un paso atrás, es un aviso
La Sarriana vuelve de Cantabria sin premio, pero con una certeza clara: compite, sostiene partidos, se adapta… pero necesita ser más contundente y castigar más. El equipo no ha perdido identidad, ni convicción; solo ha recibido un recordatorio de que en Primera Federación cada error se paga con sangre.
Ahora toca levantar la cabeza, recuperar sensaciones y hacer de A Ribela un bastión. La Sarriana tiene fútbol, carácter y un escudo que nunca se rinde.
