Zona franca
El Coruxo-Racing empieza a ser un pequeño clásico con identidad propia. Tiene de todo, como un supermercado canadiense o israelí. Pidan ustedes que aterrice una nave extraterrestre en O Vao y seguro que se cumple. En esa entrañable caja de cerillas con olor a salitre del Mar de Vigo, que fue alivio y refresco solidario cuando el fuego terrorista devoraba por enésima vez Galicia; siempre está garantizada la lucha encendida, la alternancia que todo derby exige y la sorpresa y el pasmo bien escondidos en el follaje de los minutos. El sábado pasado no fue una excepción. Hubo fútbol del de antes, con sus pros y contras. Se hizo querer. Y hubo banda sonora de otro tiempo. Como río impetuoso que en ciertos tramos se torna tranquilo pero sigue puliendo granito y arrastrando pepitas de oro. Tu abuelo, su padre, el primo y mi hermana. Todos juntos en familia para vibrar con el equipo de la parroquia. El silencio del fuego interior, el crujir de las pipas de girasol, el aliento ancestral al chaval que corre la banda y te oye y te hace caso. Afición del fútbol de carne y hueso a pocos kilómetros del trajín elitista del Celta y su mundo allá en la frontera de la Zona Franca donde el domingo le sacó un punto a la multinacional de Florentino. Y aún todo es Vigo, pesebre del fútbol gallego que más de un siglo después sigue repartiendo pasiones por barrios. Y por parroquias.
Siempre llueve a gusto de todos en un partido entre Coruxo y Racing. Diluvio o llovizna, aguacero o granizada, riegan con certidumbre el verde de las camisetas de unos y otros en pos de la supervivencia. Con la vigía del mamotreto de Toralla de fondo. Con sudor de los cielos y terrones de barro. Con el fanatismo de andar por casa del webmaster y la apreciación acrítica del incondicional. Con goles en abierto de todos y para todos. No hay huecos ni espacios. Hay campo de batalla. Limpia. Arreón y réplica. Los minutos son de otra pasta. El compañerismo aflora y eso le da humanidad al cotarro. Y el empeño por ganar sobre el breve césped de O Vao parece mayor porque se trata de orgullo. Y puntos para seguir siendo.
Gusta ver desde el “norte indómito” que es la ignota Ferrol (ciudad que un día de estos acaba marchándose en una patera hacia lo más profundo del Mar Tenebroso) que ex racinguistas corren que se las pelan con otro verde en la piel. Bien Rafa Mella, fiel a la cita, y Antón De Vicente, damnificado de nuestro olvidable descenso de 2010. Y el pibe Juampa. Che.
Joselu de Palmeira fue la estrella con sus goles de postín. El gigante de A Barbanza se incautó de protagonismo y anuncia revancha personal, resurgir colectivo. “A mí, Pabliño, que los arrollo”, pareció decir el sábado emulando la leyenda amberina cuando recibió el pase al hueco para bordar, tricotar, zurcir y calcetar el primero de la tarde. Y qué bien invirtió la prestación de Juan Mera. Ese balón que voló del pie de Joselu pareció tiro a canasta de tres puntos y sonó a victoria cuando impactó en la red. Lo que debió sonar ahí fue la sirena del final de todo. Del final feliz que se nos niega todavía. Pero aquello no era el Pabellón de As Travesas. Y el destino, puñetero él, aún pone a prueba al “pequeño saltamontes” de la Galicia de bronce de esta campaña. ¿Hasta cuándo?

Racing se escribe con R de Rivera. Y de Ricardo. El que fuera portero del At. Madrid, y del Manchester United y del Osasuna-con-Nano-que sí-que sí es otro gigante. Se le quedó la espina clavada de un debut que iba a ser con victoria. Y en la rueda de prensa se mostró cohibido, un tanto estupefacto, sin verbo fácil y fluído. Estas cosas en la Premier no pasaban. Bueno sí, pasan cosas aún más alucinantes. Pero los córners se gestionan mejor en la campiña inglesa, debió pensar.
La experiencia fue valiosa para él. Probó el sandwich vegetal de un derby de tragadera fácil pero siempre agitado. El “bitter” con limón de una temporada amarga desde tiempo inmemorial que clama ya insurrección. Ricardo Corazón de León va a triunfar en Ferrol porque tiene las ideas tan claras que sus pupilos las recitaron de memoria en el primer tiempo. No hubo demora, ni desidia, ni dudas. Cuando las reciten también en el segundo período se llevan el Nacional de Poesía.
Víctor Vázquez no encontró en Coruxo con quien discrepar. ¿Es que nadie tiene ganas de un choque de trenes personalizado? ¿De un intercambio de opiniones a pie de barro? No estaba el sueco del año pasado y los casa se hicieron “los de Coruxo”. Pero en O Vao siempre hay mogollón, y arrejunte, y cruce de cuerpos. Empataron a tres goles sencillamente porque les dio la gana. Si se lo propusiesen empataban a seis, como Madrid y Barcelona en la Copa del Rey de 1916. La defensa racinguista ayuda mucho porque es flan de vainilla. Demasiado caramelo y mucho temblor sobre el plato. Hace falta que Corazón de León meta una buena cucharada y se la coma con nata montada (del Canadá, por supuesto). Y que el flan empiece a ser de huevo. Que Mouriz los traiga de la granja ya. Esta semana anunciará el lucense nuevos cardenales en la Curia.
Corazón y cabeza en O Vao. El Coruxo fue todo de lo primero cuando el Racing perdía toda la segunda. Me siguen, intuyo. Y, claro, el flan de vainilla se espachurró. En dos minutos de cocción. A Nano le dieron un meneo eléctrico y hasta Mackay tuvo que salir a coger las uvas de la parra y casi le hacen un clarete.
Al final, el abrazo de los jugadores locales con tu abuelo, y su prima y mi hermana a pie de barandilla, rompiendo lindes entre jugador y espectador, hizo justicia. Emocionó. Y, miren. Después de pasar con serenidad los datos del partido a mis innumerables archivos de Excel y Access (no es por hacer publicidad, que Microsoft ya está bien forrada) me olvidé del mal trago del empate a ultimísima hora. Se lo merecía Rafa Sáez, que pudo dedicárselo a su madre.
Que el año que viene vuelvan todos a la playa de O Vao. Que es zona franca.
Por Jorge Deza para muchacalidad.com #FutbolFerrol