LA CONTRACRÓNICA | Fueron gladiadores

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Lo pedimos desde aquí la semana pasada. En Pasarón no había otra que enfundarse la equipación de un gladiator provocator y saludar antes de morir. Los verdes ganaron al poderosísimo Pontevedra con mucho corazón, con mucha cabeza y con toda la épica; y afrontaron todos los peligros y adversidades como si no hubiese un mañana. Ganaron con extrema justicia vendiendo emoción, pisando firme, luchando siempre. El fútbol era eso. Y no lo otro. Ni lo de más allá.

Nadie sabe con qué Racing tenemos que quedarnos. Si con el muy solvente de Barreiro o contra el Coruxo, el muy inteligente del Helmántico o el muy heroico de Pontevedra; si con el de las grises tardes contra Zamora, Compostela, Guijuelo o Unionistas; o si con el desenchufado de Abanca-Riazor. Podría decirse que este equipo es uno y trino, pero de cara a las metas de la presente temporada es importante coger ya la ola divina que despeje dudas. La regularidad, no puede ser de otra manera, es fundamental. Empezar la segunda vuelta ganando a uno de los favoritos (¡por fin!) también. 

En mi cuenta de Twitter (@HistRCF) pedí tras el encuentro una colecta para erigir un monumento dedicado a Jon García. Siempre podrá decir que estuvo allí, en aquella gran batalla a orillas del Lérez, donde, quien no lo supiese, podría pensar que los agujeros de diseño que tiene el renovado feudo pontevedrés en la parte superior de sus gradas fueron provocados por los cañonazos de la contienda. Lo dio todo en ella el vasco. Su trabajo, clave, fue brutal. Fue uno y trino también. Defendiendo, templando y ayudando. Pero es que el equipo todo hizo sentir a sus seguidores orgullo y satisfacción como a un rey mensajeando la Navidad a sus súbditos. No sabemos qué será de nosotros en esta campaña tan de ruleta rusa, tan de póker sin ases, tan loquita. Pero la huella dejada en partidos como el de Pontevedra no se borrará fácilmente. 

El potentísimo Pontevedra fue poca cosa. No tuvo verticalidades, ni mordientes. No funcionó por fuera. No pudo. No supo. El rival ferrolano se le multiplicó con constancia y brega. Y aunque echó de menos a Charles (el Racing echaba en falta a Quintana, pero al final ni se notó) no jugó ni de lejos como sabe. Porque tenía enfrente a un equipo necesitado que sacó su mejor versión. Excelente en lo defensivo y audaz en lo ofensivo. Pero, sobre todo, de cum laude en mentalidad, en actitud, en combatividad. Solo por ello el partido tuvo escenas de otro tiempo, con melés con y sin introducción, cortes valerosos, entradas rutilantes y choques de trenes por doquier, con los inevitables piques y tensiones que nunca fueron más allá de lo tolerable en horario infantil. Fue un clásico con ácido. Bonito de ver. Con puntos vitales en juego. Con un equipo local con el pedestal y el estatus descolocados, alentado por una ruidosa afición (y eso que eran apenas 30 docenas de aficionados los asistentes), y un equipo visitante con el cuchillo entre los dientes de forma permanente. Solo con el tejido productivo que los gladiadores esmeraldas desplegaron los 90 minutos se pudo anular al cuadro granate, ser duros de pelar con once y ser, desde el minuto 47, más duros de pelar aún con diez. Porque esa es otra. Si el gol invalidado fue de juzgado de guardia, la segunda amarilla a Álex López es de tribunal internacional. Pero el reto que el destino le puso al Racing, obligado a remar en inferioridad y sin privilegio alguno, en el fondo le hizo más fuerte. En el partido y de cara al futuro.