Decidí aplazar este artículo, porque, incauto de mí, pensé que quizá a lo largo de la semana alguien pediría disculpas e invalidaría cuanto me dispongo a escribir.
Y es que estaremos de acuerdo en que todos los racinguistas, cada cual a su manera, queremos lo mejor para nuestro club.
Lo que no se puede seguir tolerando, o al menos no sin respuesta es el constante menosprecio gratuito y últimamente la validación no solicitada a la afición.
No voy a volver sobre la fiesta del no o la difusión a la simpática celebración de nuestro número nueve.
Ni me lamentaré sobre la aflicción que nos produce a algunos cruzarnos a diario con algún jugador que se pasea risueño habiendo jugado cien minutos sin explicaciones de ningún tipo.
Ni otros que han jugado un cuarto de hora y no dudan en menospreciar al club y su estructura a cualquier que le preste la oreja.
No daré la palabra a los más jóvenes y sus encuentros nocturnos con una nutrida representación del “grupo”. Por cierto, alguno os sorprendería. No digo que no se pueda salir, pero hay días donde quizá no haya mucho que celebrar.
No os recordaré como recientemente se ha censurado la iniciativa de la afición en base a una serie de predicados absolutamente incomprensibles. Ni recordaré que constantemente hay quienes, ejerciendo su derecho de expresión, cargan tintas contra la afición en grupos y foros.
Pero que, en el día de la madre, a las cuatro y poco de la tarde, con una mañana de perros. Descendidos, sin motivación, alguien tenga el arrojo de decir cualquier cosa que no sea un aplauso a los casi tres mil que nos presentamos allí, me resulta insultante.
¿Es que repitiendo constantemente que me quieras cuando menos lo merezca, y ahora elevándolo al quien no esté ahora que no venga luego, hacemos algún favor al club? ¿o simplemente nos posicionamos en una atalaya de superioridad moral?
Algunos hemos tenido que soportar campañas cobardes y malintencionadas, pero es lo que tiene salir a la palestra. Ahora bien, nada de menospreciar al aficionado. Al anónimo, al sufrido. Al que paga y no cobra.
Esta semana el número siete de la plantilla actual del Racing de Ferrol, tras dar un pase de gol – anulado – se dirigió a la grada haciendo aspavientos. Y no, no era a sus amigos o porque había mosquitos en la ría.
Cero goles y cero asistencias. Ojalá tener ese amor propio. No es ya no pedir disculpas, ¿es que tenemos que aguantar esto? ¿Es que nadie va a decirle nada? ¿Vale todo?
Ahora me explico que, cuando un señor de setenta años o un crío de catorce le dijeron a un profesional que había que correr más – y es que hay que correr más y mejor- hubo quienes acudieron raudos y despavoridos a defender al extremo que guardaba mejor la fila del Zahara que su banda en el césped.
Morimos de ilusión por un like o un mensajito en privado. Y nos arde el alma cuando son otros quienes lo consiguen sin tener que rebajarse con chicos que podían ser sus hijos. Dejemos a los niños conseguir firmas, que parecemos los señores de las cabalgatas metiendo codos.
Si la idea era aparentar antipatía, lejanía y frialdad, hemos sacado matrícula de honor. Lo bueno es que la gente es poco rencorosa y estamos deseando de que nos vuelvan a llevar al huerto.
Un poco de cariño, que no es tan difícil.
