“Carlos Rosende y Juan Giménez no continuarán en la Secretaría Técnica del R.C. Deportivo, que dirigían y a la que se habían incorporado hace dos años para afrontar la temporada 2021/22”.
Con esta escueta nota, añadiendo los consabidos agradecimientos y buenos deseos para su futuro, el club de la Plaza de Pontevedra señalaba a los dos primeros responsables del fracaso.
De Rosende nada se sabe, salvo un tuit de despedida; Giménez, por su parte, puede tener amarrado un contrato con el descendido Ibiza.
Couceiro es responsable de la mayor crisis deportiva en la historia del Deportivo
Antonio Couceiro Vázquez tiene miedo, o está perdido, o ambas cosas. Sabe que ya está iluminado por la mira telescópica del deportivismo. Su mandato ha llevado al club a la crisis deportiva más grave de su vida. Será el único presidente de la historia blanquiazul que pasará tres campañas y media fuera de las dos primeras divisiones del fútbol español (la otra media corresponde a Fernando Vidal Raposo).
El modus operandi se ha repetido en relación a la destitución de Cano. Cuando el público empezaba a señalar al palco, tanto él como David Villasuso decidieron cargarse al granadino para desviar la mirada y darse otro margen de tiempo esperando el milagro que no llegó. En el Deportivo no hay un dios para obrarlo desde hace tiempo, por eso tampoco los ruegos de la afición llegan a un cielo.
Tras la derrota en Castellón, lo primero que hizo Couceiro fue lo de otras veces. No admitió el fracaso y rindió pleitesía al que le paga, Escotet, resaltando la “solidez del proyecto” y “el respaldo de su primer accionista para seguir trabajando intensamente y conseguir el objetivo”, como resaltaba el titular sobre sus declaraciones en la web del club.
Rosende y Giménez son las primeras víctimas de Couceiro
Rápido trabajó Couceiro en relación a la pasada campaña. Entonces, tras el fracaso del proyecto 2021/22, ni Villasuso, ni Rosende, ni Giménez despidieron a Borja Jiménez. Por el contrario, tenían que salvar el trasero y ambas partes se usaron mutuamente en sus precariedades. Poner al avulense de patitas en la calle debería encaminarlos a todos ellos tras la estela del entrenador. La renovación del técnico era su primer parapeto. Esa actitud hace intuir que pensaron primero en ellos y no en la entidad, ni en los 25.000 deportivistas que pagan el carné, ni en el propio dinero de Escotet, al que han convertido en un perdedor nato.
Desde que el banquero convirtió la deuda del club en acciones y se hizo propietario, puede que haya perdido alrededor de cien millones de euros, que aumentarán con el cuarto año en la tercera división.
Ahora, Couceiro no tardó 24 horas en poner los primeros nombres al fracaso y contentar al pueblo con carne despedazada. Como en el Coliseo romano, echó a la arena a Rosende y a Giménez. Lo anticipó tras el varapalo del Nou Castalia: “muchísimas decisiones (serán tomadas) en las próximas semanas”.
Gil y Rosende: los hombres que susurraban a Villasuso
Cuando uno yerra y persiste en el error, cuando uno yerra y no acepta los consejos de los que saben más, cuando el error supone una pérdida de millones de euros y la decepción de infinitas ilusiones, ese error tiene otras connotaciones. El Deportivo no puede estar manejado por gente que no conoce el fútbol desde dentro. Un club de prestigio no puede ser gobernado por gentes de perfil bajo o sin experiencia en la gestión del deporte profesional. Es el caso de los dos decapitados. Couceiro posiblemente siga sin entenderlo, pero ha tomado la decisión de fulminar a Rosende y a Giménez.
La entrada de Rosende en el club vino propiciada por un director deportivo que no supo manejar ni los tiempos, ni las decisiones en su última etapa en el club. Carmelo del Pozo era su amigo y como amiguete experto en fútbol portugués, además del conocimiento sobre figuras emergentes del campeonato luso, se le abrieron las puertas para ser ojeador.
Ríchard Barral, que luego ocuparía la secretaría técnica, también lo defendió. Sin embargo, cuando a Barral le mostraron la dirección de salida, se marchó cuestionando a Rosende.
Carlos Rosende, el periodista de un medio digital, ponía su silla en el despacho de Barral para ejercer la función que antes fuera de éste. Su capacidad para ojear se diluyó en su nuevo hábitat. El Deportivo elevaba a un cargo fundamental como la secretaría técnica a un hombre sin pasado en la estructura ejecutiva de un club, ni en la relación funcional con entrenadores y futbolistas profesionales.
Era el tiempo en el que las decisiones ejecutivas ya las tomaba David Villasuso, otro que fue asumiendo funciones para las que no había sido llamado. Quien le susurró al oído el acierto del fichaje de Rosende fue Albert Gil, el gran tapado y mayor superviviente del Deportivo en los últimos siete años.
Rosende, el control de Abegondo y la llegada de Giménez
Rosende también aprendió la técnica del susurro y su efectividad. Poco tiempo después colocó en el club a otro como él. Otro hombre sin pasado para darle responsabilidad en la cantera y poder controlar Abegondo: Martín Castiñeira. Castiñeira, más que un ojeador de cantera se convirtió en un oidor, en un extraño “recursos humanos” en quien pocos confiaban en la Cidade Deportiva. Lo necesitaban porque Albert Gil ya no estaba cómodo paseando a sus anchas por los ocho campos. Pese a su cercanía a Villasuso, este hecho no le daba la suficiente seguridad en un cara a cara con Fran González. Sin Gil en Abegondo, la cúpula necesitaba colocar ese comodín.
Pero Rosende precisaba a otro colaborador que le evitara bajar al vestuario del primer equipo. La casualidad lo juntó con Juan Giménez y la necesidad hizo que volviese a emplear la técnica del susurro para convencer a Villasuso de que el valenciano era el mejor complemento posible para la secretaría técnica.
Giménez y Óscar Cano
Giménez tenía un pasado en el fútbol, pero sus tres años en la secretaría técnica del Cornellà, coordinando básicamente el trabajo con los juveniles, tampoco estaba a la altura de alguien que necesitase el Deportivo. Uno de los técnicos más criticados en el club en los últimos años ha sido Óscar Cano. La gente lo caló desde los primeros días, cuando disfrazó la derrota en el Alfredo di Stéfano y él pareció no saber nunca que lo que hiciese y dijese iba a ser juzgado por una afición que sabe de fútbol, que ha gozado de la excelencia en aquellos años de los títulos y que empieza a estar harta que le digan que lo que está viviendo es una pesadilla y no una insoportable realidad. Juan Giménez, amigo de Cano, fue el responsable del fichaje del granadino. Su única decisión importante se convirtió en un fracaso injustificable y, a la postre, imperdonable.
¿Quiénes serán los siguientes?
Couceiro está cada vez más solo. Llegó para ser lo que es. Su función es impecable como el hombre de paja de Escotet. Su presencia vale para declaraciones institucionales y para cierto tipo de mercadeo, no en vano es presidente de la cámara de comercio coruñesa. Cobra por hacer lo que le mandan, no para pensar dentro de un mundo sobre el que no conoce las claves.
David Villasuso ya no lo puede ayudar. El liquidador del banco está inmerso en un debate interno. Ahora no sabe si quiere una fama fácil, que se le ha torcido, o persistir con una huida hacia adelante. No parece aprender de su realidad. No es un tipo normal. Se dice que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Él ya ha superado el límite. Tampoco se sabe si su incompetencia, demostrada con el perpetuo y manifiesto fracaso, le ha pasado factura. Hace unas semanas parecía que sí. A diferencia de los grandes, Villasuso, que no lo es, vino, vio y perdió. Tampoco sabe ni la primera frase del padrenuestro del balompié. ¿Se apartará antes de que lo echen haciendo su único buen servicio al club? De momento ha empezando a sentir el ostracismo al que parecen haberlo condenado algunos compañeros de Consejo.
Mientras, las casas de apuestas empiezan a valorar si ponen en subasta el orden de los siguientes que dejarán sus despachitos de la Plaza de Pontevedra. El Deportivo es un caos y ya no tiene un dios que oriente a quien lo gobierne.