El otro día hablaba de la necesidad de establecer un control de daños ante la desastrosa realidad que vive el racinguismo. De la importancia del realismo frente al positivismo ciego, y también frente al pesimismo.
Creo firmemente que la crítica es útil, incluso necesaria, cuando todavía queda margen de maniobra. ¿De qué sirve decirte que debías haber traído paraguas cuando ya estás empapado? De nada.
Pero no te enfades conmigo si, con el cielo aún despejado, insisto en recordarte que lo lleves. Tal vez te parezca molesto, pero lo hago porque me importa lo que pueda pasar.
Y en Ferrol, de lluvia sabemos un rato. Como suele decirse: nunca choveu que non escampara. Pero yo, desde aquí, reivindico el derecho a hablar del tiempo.
Ya la temporada pasada hubo una corriente que, legítimamente, pedía un cambio de rumbo ante una inercia preocupante. No solo por los resultados —que también—, sino por el juego. Se les llamó ingratos.
Después, quienes advirtieron que los fichajes no reemplazaban con garantías a las salidas, fueron acusados de alarmistas interesados.
La preocupación por no ser capaces de dominar a un equipo semiprofesional, que ni siquiera había entrenado tras el verano, llegó a tratarse como un bulo.
Y digo yo, ¿por qué no planteárselo como un reto? ¿por qué no pensar que quizá esas personas buscaban respuestas? ¿algo a lo que aferrarse? callarles no sirve más que a un avestruz esconder la cabeza ante el ataque de una pantera.

El problema es que en aquel momento aún estábamos a tiempo de cambiar algo, de corregir el rumbo, de volver a enchufarnos a la competición. Y disfrazar la crítica como una traición, dividir entre «conmigo o contra mí» en lugar de afrontar las dudas e intentar solventarlas no es eficiente.
Sin embargo, así como algunos mostramos nerviosismo en los buenos momentos, también sabemos demostrar lealtad y valentía en los malos. Porque hacer leña del árbol caído no solo es inútil: es absurdo.
El Racing es hoy un barco averiado que hay que llevar con cuidado a la orilla, recoger lo que se pueda salvar, repararlo… y volver a botarlo con garantías.
Y ojalá esta vez sí exista un debate sano, abierto, respetuoso e inclusivo sobre la deriva, el futuro, la inercia o las propuestas. Porque, aunque las decisiones las toman quienes mandan, el debate siempre enriquece.

Todavía estamos a tiempo de aprender de los errores, de corregir lo que se pueda, de volver a ilusionarnos. Y, sobre todo, de dejar atrás la rabia vacía: no sirve de nada llamar mercenarios a los jugadores —nunca estaré de acuerdo con eso— ni enfadarse por ruedas de prensa al margen de la realidad.
¿Qué podemos reprochar ayer a los jugadores y el entrenador? poco o nada. Además, ya de poco sirve. Y esto no quiere decir, ni de lejos, que lo de esta temporada entre dentro de lo normal o aceptable.
Es momento de dar la cara. De escuchar a quien piensa diferente. De no ir de tolerantes mientras nos convertimos en pequeños censores. Aquí no sobra nadie.
