No es arriesgado aseverar que, actualmente, el fútbol profesional ha trascendido el deporte, y ocupa un puesto destacado en la primera línea de la estantería de ocio y espectáculos.
Corren tiempo histriónicos, de marca personal, bloques bajos, vocablos estrafalarios, tecnicismos redundantes, gafas de pasta y americana con tenis blancos; y cabe la posibilidad de que la ausencia de todo ello genere en el espectador un regusto anacrónico, e incluso de incapacidad o falta de adaptación al medio. A fin de cuentas, hablamos de impresiones, clics, likes y chiringuitos. Hablamos de “show”.

Cristóbal Parralo fue un gran futbolista, alcanzando la gloria de levantar títulos internacionales y convirtiéndose en leyenda de un histórico como el Espanyol, donde, entre otras cosas, da nombre a la puerta 2 del estadio. Y no solo eso, sino que defendió con solvencia la elástica de transatlánticos como Barcelona o Paris Sant Germain. El actual míster del Racing de Ferrol forjó su periplo como primer entrenador a fuego lento. Contaba cuarenta y dos años, y su carrera no alcanzaría excesiva relevancia hasta que recaló en el Deportivo de La Coruña, donde pasó por filial y primer equipo, consiguiendo apenas tres victorias en quince partidos. Posteriormente entrenó a Alcorcón temporada y media en Segunda División, y unos meses al Racing de Santander.
Cuando Cristóbal desembarcó en Ferrol llevaba un año sin entrenar. Su llegada fue acogida, seamos sinceros, con amplio escepticismo, ya fuera por su pasado blanquiazul, como por sus mas recientes incursiones en el mundo del banquillo. Y para completar el círculo, se hizo acompañar por un mito deportivista, Javier Manjarín. A Cristóbal lo presentó Pepe Criado. Ambos con mascarilla. La palabra que mas se repitió en la rueda de prensa de presentación fue “crecer”. Crecer juntos.

Hace cuatro años que, alejado de grandes titulares, golpes de efecto y, sobre todo, de focos sobre su persona, el míster, armado de tesón, objetivo y paciencia, configuró un grupo que año tras año fue de menos a más. Existen diversos modelos de liderazgo, y el de Parralo, basado en el ejemplo y la humildad, destaca en un entorno cada vez más centrado en la espectacularidad y la autocomplacencia.
Es justo admitir que no hay en el Racing actual un jugador con su palmarés o trayectoria, pero él, poco dado a justificarse a través de su pasado, o a darse excesiva relevancia, presenta un perfil bajo. Y no digamos Javier Manjarín, cuya trayectoria está al alcance de unos pocos elegidos. Repite con asiduidad Cristóbal que el futbol es de los futbolistas. Y cuando surgen las dudas, la inquietud arrecia y aparecen lagunas, éstos encuentran a su lado a un líder maduro, firme, que confía en ellos y que no se desvía un ápice del camino a seguir, del modelo a ejecutar. Vino para crecer juntos. Y vaya si hemos crecido; el Racing pasando de la antigua Segunda B a inaugurar la Primera RFEF y vivir la temporada pasada un ascenso tan improbable como merecido que lo llevó de vuelta al fútbol profesional después de quince temporadas.

Ahora, renovados los votos, se nos presenta la oportunidad de volver a subirnos a “La Parraleta”. De creer en nosotros mismos, de no sentirnos inferiores a nadie y de no ponernos excusas. Si bien muchos esperaban una renovación más amplia, otros temen que la inercia negativa de fin de curso se prolongue y hay hasta quien se deja seducir por opciones más rimbombantes, no debemos olvidar de dónde venimos. Pues el Racing, y Ferrol, asisten, semana a semana y partido a partido al triunfo inexpugnable del hombre tranquilo que nos recuerda que, incluso en estos tiempos, el fondo, respaldado por experiencia y talento, se impone sobre las formas.