OPINIÓN | No puedo vivir sin ti

JOSE TORRES
3 Min de lectura
Gelardo celebrando su gol ante el Almería con Álvaro Giménez

Morir de amor, que no morirse solo, en desamor, y no tener un nombre que decirle al viento.
No creo que a Raphael, al que deseo una pronta recuperación —no concibo una Nochebuena sin él—, le guste el fútbol.

Ayer el racinguismo se puso de acuerdo: es mejor morir en la orilla, con los pulmones encharcados y habiendo braceado hasta la extenuación, que hacerlo plácidamente al sol de alta mar.
Y, precisamente por ese amor a la camiseta, ayer no se escuchó apenas un reproche. Cuando se deja todo, se intenta pero no sale, toca dar la mano al rival y seguir adelante.

Morir de amor, que no de desamor. No es lo mismo.
No estés triste porque acabó, sé feliz porque sucedió.
Ayer celebramos un golazo y creímos durante tres minutos. Todo se acaba, todo es efímero.

Pero cuidado: una cosa es apreciar el esfuerzo y otra muy distinta estar satisfecho.


El entrenador rival reconoció que el resultado fue más abultado de lo que mostró el verde. Y tiene razón.
Pero el nuestro tuvo que ser coherente y aclarar que no hay absolutamente nada positivo en perder uno a cuatro en tu estadio, máxime estando en la situación en la que estamos.

Es importante no confundir pertenencia con condescendencia, ni la apreciación del esfuerzo con conformidad ante la incapacidad. No podemos mirar hacia otro lado frente al error grosero.
Que a nadie se le escape que nos meten el tercer gol en una jugada de ataque, donde un futbolista no es capaz de dar un balón de cara, girarse o tirarla fuera del estadio. Una falta de intensidad —la enésima, inaceptable.

Pero volviendo al inicio, una vez más, la muchas veces cainizada afición racinguista demostró su paciencia, consideración y apoyo incondicional. Esperaron a los jugadores a la entrada. Animaron y, nunca mejor dicho, aguantaron el chaparrón.

El foco ahora está en la zona noble y en el devenir de las próximas semanas. Lo que está claro es que, si jugamos como en la primera mitad de ayer, existe esperanza.

Y como decía, las emociones no son sino instantes, momentos efímeros por los que vale la pena vivir.

Ayer, todos los racinguistas sentimos orgullo durante cuarenta y cinco o cincuenta minutos. No sé vosotros, pero yo tengo unas ganas de abrazarme a Dorrio en junio que no las aguanto.

Mientras hay vida, hay esperanza. Nunca choveu que non escampara.

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