Carta a Imanol Idiakez. La cabezonería tiene un límite.

Muchacalidad
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porJesús SuárezPublicado 25/10/2024

@jsuarez02111977

Mira, Imanol, seamos claros. Esto no va de tener paciencia, ni de buscar excusas tácticas que solo complican lo evidente. Va de fútbol, de sentido común y de no tropezar siempre con la misma maldita piedra. Porque lo tuyo, con Lucas de delantero centro, ya empieza a ser más que testarudez. Es un ejercicio casi quijotesco de insistir en lo que no funciona, de intentar convencer al mundo —y a ti mismo— de que un cuadrado encaja en un círculo. Pero te lo digo con franqueza: no encaja, por mucho que lo intentes.

Lucas no es un nueve, y lo sabes. Todos lo sabemos. La afición que llena Riazor cada jornada lo ha visto ya más veces de las que debería. Lucas es un jugador que tiende a moverse libre, a buscar el balón donde siente que puede hacer daño, a dejar la zona del nueve desierta en cuanto huele la posibilidad de crear algo fuera del área. Y ahí está el problema: cuando los extremos llegan al fondo y levantan la cabeza en busca de un delantero centro para poner el balón, se encuentran con la nada. Ni rastro de Lucas. Ni rastro de un rematador. Solo la desesperación de ver cómo las jugadas mueren en la línea de fondo mientras tú, Imanol, insistes en la misma fórmula que ya demostró el año pasado no dar resultado.

Te empeñas en seguir ese plan como si en ello te fuera la vida, chocando una y otra vez contra el mismo muro. Y no hay excusa que valga. No es cuestión de que el equipo necesite tiempo para adaptarse, ni de que los jugadores deban entender mejor tu esquema. Es una cuestión de sentido común. Si un planteamiento no funciona, se cambia. Punto. Es lo que hace cualquier hombre de mar cuando la tormenta arrecia y el barco se va al garete. Pero tú, Imanol, sigues con la mirada fija, empeñado en dirigirnos a las mismas aguas que nos llevaron al fracaso la temporada pasada.

La cabezonería en el fútbol tiene un límite. Y lo que para algunos puede parecer valentía, para otros no es más que terquedad disfrazada de orgullo. Lo cierto es que si sigues sin un delantero centro que ocupe el área, que se pelee con los centrales, que aparezca cuando el balón cruce la línea de cal, lo único que consigues es condenar al Dépor a ser un equipo que da vueltas alrededor de su propia ineficacia. Y lo que es peor, sigues cargando la culpa sobre un Lucas que, lejos de brillar, queda atrapado en un papel que no es el suyo.

Esto, Imanol, no es cuestión de estadísticas ni de alineaciones. Es una cuestión de sensatez y de no empecinarse en que lo imposible se haga posible por el simple hecho de insistir. La realidad es tozuda, y mientras tú sigas sin ver que Lucas no es un delantero centro, el Dépor seguirá condenado a chocar contra la misma piedra. Y con el tiempo, la paciencia de la afición dejará de ser infinita. Porque aquí, lo único infinito es el orgullo de un escudo y la lealtad de unos hinchas que merecen algo más que ver cómo el equipo se pierde en su propio laberinto táctico.

Así que, por el bien de todos, Imanol, suelta el timón y corrige el rumbo. La cabezonería está bien para los héroes de las novelas, pero en el fútbol, el orgullo mal entendido suele acabar con más derrotas que victorias. Y el Dépor no está para más fracasos.

Atentamente,
Un deportivista harto de ver siempre la misma historia.

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