Saber historia siempre es un valor, pero cuando uno tiene interés por ella, y más aún por la propia, se convierte en una ventaja y un parapeto frente al tropiezo y la metedura de pata.
Se han jugado doscientos derbis de las Rías Altas, el primero de ellos hace ya ciento seis años.
Guardar un minuto de silencio siempre es, o debería ser, un acto lleno de emoción, respeto y consideración hacia la persona homenajeada. Pero cuando además existe un vínculo que liga ese silencio al club, a la razón por la que estamos allí de pie, el sentimiento va más allá.
Hacer lo propio por Carlos Lorenzo, jugador del Racing de Ferrol en los años cincuenta, habría sido un gesto hermoso hacia su familia. Habría servido también como un recordatorio para los once que vestían la verde: que este club ya existía en los albores del deporte que practican. Que llevan en el pecho un escudo más que centenario.
La diferencia entre un soldado de fortuna y uno que defiende un bastión donde se esconde su familia es que allá donde la fuerza no alcanza, la fe y la pasión lo abarcan todo. Otra ocasión desaprovechada. Y es que en la batalla del deporte, cuando las piernas no alcanzan, a veces lo hace el corazón.
Es, cuanto menos, clarificador y triste que el entrenador en ejercicio del Racing de Ferrol declare públicamente que se va contento, no por la derrota, sino habiendo perdido en casa contra el Deportivo de La Coruña, en un partido regular de liga.
Dudo mucho que Luis César, en 2002, se fuese contento a casa tras la derrota de su Racing, entonces en Segunda, frente al SuperDepor de las noches europeas. Estoy convencido de que toda la plantilla actual conoce esa historia, y de hecho, probablemente haya sido tema de conversación durante esta semana.
Creo que no estoy solo en considerar que quien se marche contento y tibio a casa tras haber perdido el último derbi oficial que este club jugará contra su máximo rival, en sabe Dios cuánto tiempo, es que no ha entendido absolutamente nada.